Saturday, October 9, 2010

sabor a kenia - capítulo xi

 Para los kenianos la política es tan importante como el fútbol para los argentinos. No se pierden ningún evento, se actualizan todos los días a través de la televisión o la radio o el diario o el vecino o cualquiera.
 En Kenia, por ley, todo lugar de trabajo debe tener la fotografía del presidente. Me suena un poco comunista, pero es lo que la ley manda y todos la cumplen. Las veces que veo la foto del presidente, no puedo evitar pensar en las muchas cosas que pasaría si se estableciera la misma ley en el país donde tengo mi residencia (dejo la imaginación y la pluma en manos del lector), y siempre se me escapa una risita. 
 Este año se propuso una nueva constitución y durante más de un mes se hicieron campañas electorales intensas en pro y en contra de la propuesta. Era la campaña sandía: de color verde los “sí” y de rojo los “no”. Los noticieros transmitían las campañas, había programas de debate, programas para explicar los artículos y qué es un referendum, canciones, publicidades, etc y etc. Era casi como una peste. Para mí, que todavía no entiendo todo el kiswahili, todos los días era la misma sopa.
 El día de las elecciones fue declarado feriado nacional y nadie trabajó, nadie. Ni los transportes públicos. Los que fueron a votar (no es obligatorio) se levantaron temprano a la noche y los que se quedaron dormidos formaron filas interminables para marcar un “sí” o un “no” en un pedacito de papel. Por primera vez se les concedió el voto a los prisioneros. Todo fue transmitido a través de los medios y, obviamente y para mi aburrimiento, se cancelaron los programas habituales. 
 Hubo una preocupación colectiva, ya que en las últimas elecciones hubo una gran masacre, producto del disgusto de los resultados. Para esta ocasión reforzaron la seguridad en todos lados. Pero como dijeron algunos, Kenia ha madurado como nación y, gracias a Dios, nadie mató a nadie. 
 La economía se puede resumir en una corta frase: “Africa is rich, Africans are poors”. Si llegan a ver una gran empresa, un gran negocio, un gran emprendimiento, pueden apostar que el dueño es hindú (pero si pierden la apuesta, no me hago cargo). Están tan inmersos en Kenia que son los únicos no africanos que no son llamados mzungus.   
 Las hijas son sinónimo de riqueza, si se casan. Para pedir la mano de la novia, el novio tiene que negociar con sus futuros suegros sobre la cantidad de vacas o el equivalente a ellas que tiene que pagarles para que le entreguen a la hija. Prácticamente es una transacción. Obviamente, los gastos de la boda corren a cuenta del novio (unas cuántas vacas más). Pobre chico. Desafortunadamente, hay muchos hombres que piensan que por haberla “comprado” son sus “dueños” y golpean a sus esposas. Si la mujer se vuelve a la casa de sus padres y ellos la aceptan, tienen que devolverle el dinero al esposo, como un reembolso (como... “satisfacción garantizada, sino le devolvemos el 100%”). En cambio, si no la aceptan, a la mujer no le queda otra que volverse con el marido golpeador. 
 ¡Qué diferente que es Dios! quien nos amó tanto, que no escatimó por nuestras vidas sino que dio a su Hijo unigénito para que seamos suyos, y lo único que pide a cambio es nuestro amor. ¡Qué diferente que es Dios! que, a pesar de nuestros miles de pecados, siempre nos atrae con sus brazos de amor y nos ofrece perdón y misericordia. ¡Qué diferente que es Dios! ¡y gracias por eso!

sabor a kenia - capítulo x

Sabiendo que en media hora el cielo se venía abajo, fui al pueblo a vaciar un poco el bolsillo para llenar el estómago y a conectarme con la gente del otro lado del charco. Pero me abusé del tiempo de gracia y la lluvia se me vino encima. En mi opinión, es mejor mojarse que embarrarse (porque es más fácil lavar las zapatillas), así que empecé a correr bajo la lluvia antes de que la tierra se ablandara. Pero los demás tenían otras prioridades, ya que corrían buscando un refugio para no mojarse y luego embarrarse. Fui 50 metros y mis pantalones ya estaban empapados. Correr se me hizo pesado y, para colmo, empezó a caer granizo. La lluvia me pareció un poco salada... tal vez era porque ese día no me había bañado aún. Llegué a casa y estaba tan empapada que sólo faltaban el shampú y el jabón. 
 Salvo la parte de la historia donde entré a la habitación para cambiarme e hice charcos de lluvia por todos lados, disfruté la corrida. Además hacía días que no salía de casa por la lluvia y el barro. 
 En ciertos lugares de Kenia es difícil pronosticar el tiempo por más que mire 100 veces el cielo y estudie el movimiento de las nubes. Puede parecer que en cualquier momento empieza a llover y uno puede esperar así todo el día y no pasa nada al final. O viceversa. 
 Cuando llueve las mujeres usan unas mantas para cubrir sus cabezas. Son 100% de algodón y son multipropósito, de verdad. Sirve para abrigar, cubrirse la cabeza cuando llueve, sentarse en cualquier lugar, atar al bebé a la espalda, cubrirse las piernas en la iglesia, reemplaza el toallón o la toalla o el pañuelo, y seguramente otros usos que todavía no he notado.
 Si no tienen la manta, las mujeres se ponen bolsas de plástico como gorras. No pueden mojar las trenzas ni las extensiones ni las pelucas. Recién se lavan el pelo cuando cambian de peinado, o sea, 2 semanas, 1 mes, 2, 3, e incluso hasta 6 meses! Y aunque no tengan nada en el pelo, no se lavan todos los días. Varias veces me preguntaron asombrados “¿Otra vez te lavaste el pelo?” y cuando les digo que sí y que lo hago todos los días, se asombran más.
 “¿Qué usás para lavar el pelo?”, “¿qué te pusiste en el pelo?” (cuando lo tengo mojado),  “¿Qué aceite usás para el pelo?”, “¿no te cortás el pelo desde que eras niña?” (sería Rapunzel o Samsón), “¿en tu país no se hacen trenzas como nosotras?”, “¿es verdad que con el pelo de ustedes hacen las pelucas que usamos?” son algunas de las preguntas que me hacen. 
 Al principio le pedía a Dios que parara la lluvia y parecía que caía más. Con el paso del tiempo, aprendí a agradecer porque Dios nos da lo que necesitamos, que no siempre es lo que queremos. Ya no me quejo. Al fin de cuentas, es una de las tantas bendiciones que Dios nos regala día a día. Si me embarro, se lava. 

sabor a kenia - capítulo xix

 A pedido del público contaré algunos detalles del mejor fin de semana que tuve desde que llegué a Kenia. 
 Comenzó el viernes al mediodía cuando emprendí viaje hacia la Universidad Adventista de Baraton, donde hace un par de meses había conocido a un matrimonio joven proveniente de Bolivia. Habían pasado sólo 2 semanas desde mi llegada a este país y estuve hablando coreano, inglés, aprendiendo un montón de kiswahili pero nada de español. Cuando hablé con ellos en español fue como si estuviese hablando un idioma ajeno. Las palabras salían de mi boca atropelladamente queriendo hablar a velocidad habitual pero ya había empezado a perder la costumbre. Increíble. 
 Mis nuevos amigos son dentistas que trabajan como misioneros en el centro médico de la universidad. Y habernos encontrado en medio de tantas opciones que podríamos haber elegido para no cruzarnos ese día en ese lugar a esa hora me dice que Dios dirige las cosas y no puedo negarlo porque fue una gran bendición.
 Ellos me invitaron a pasar el fin de semana en su casa, y de paso, aprovechar los eventos de la graduación. Al principio me imaginé la graduación de mi universidad (si no es tu propia graduación o la de tu mejor amigo o la de tu hermano, no vayas, es un sano consejo), pero la ceremonia en sí iba a ser sólo una pequeña parte de los 3 días que iba a pasar en Baraton. Además, tenía la opción de no asistir. 
 El día de mi cumpleaños empezó el 24 de julio a partir de las 00:00, claro, como siempre, como cualquier otro día; pero estaba despierta para recibir el día desde cero. Lo primero que hice fue dormir. Fue el primer regalo de Dios. Vino en un colchón duro que no tenía el centro hundido. 
 La mejor bendición fue ir a la iglesia y poder escuchar el sermón en inlgés. Siempre es en kiswahili y no entiendo nada, porque las pocas palabras que cazo no alimentan ni al gato.
 Aunque no le dije a nadie que era mi cumpleaños hasta que se hizo de noche, tuve lindas sorpresitas por la mañana, un almuerzo tan rico y abundante que parecía no caber en el plato y con torta y helado, y un concierto que disfruté en las primeras filas. Todo como si supieran que nací unos años atrás en esta misma fecha. Salió mucho mejor que si lo hubiese planeado. Disfruté las 24 hs. del día y no me alcanzaron las palabras para agradecerle a Dios por todo lo que me había regalado. 
 Ese día, hablando con un indonés, me di cuenta que para los africanos un poco más entendidos, que saben diferenciar entre orientales y occidentales, todos los asiáticos somos chinos. Como si fuese una raza. Bueno, ahora que lo pienso, no es sólo acá, es  un hecho universal.
 La graduación fue el domingo al aire libre. Togas negras con franjas de diferentes colores iban y venían por todos lados. Las autoridades eran de multicolores, algunos parecían Cristóbal Colón con sus túnicas y sombreros o boinas o como se llame, y junto con las carpas en punta con bordes ondeados me hacían sentir como si hubiese viajado a la época medieval (algo como el torneo de tiro al blanco de Robin Hood, pero no habían arqueros). Salvo la parte de los discursos, fue una ceremonia llevadera, sin faltar el toque de humor que tienen los africanos. 
 Durante todo el fin de semana el clima fue perfecto, llovió cuando estaba bajo techo, no hubo barro, buena comida, linda cama, ducha y con agua caliente, buena gente, música agradable. Qué más podía pedirle a Dios si él me dio más de lo que quería? 

sabor a kenia - capítulo viii

 La adaptada al campo fue a la ciudad capital de este país y el humo de la contaminación le entró hasta los sesos causándole dolor de cabeza. Y cruzar la calle le fue un desafío de vida o muerte, porque los semáforos son sólo adornos para que parezca más ciudad. Fue un sistema implementado para mejorar el tránsito pero no aprendido. Los agentes de tránsito son los que regulan el tráfico en los cruces principales, a la IMpar de los semáforos. 
 Al manejar en Nairobi no miren el semáforo, busquen al del chaleco fluorescente. Si no está, sean oportunistas. A pesar de que nadie se fija en esos postes, las luces siguen cambiando de verde a rojo, porque es LA CIUDAD. En las otras ciudades los semáforos no funcionan porque nadie los respeta y hay que ahorrar el consumo de electricidad.  En Kenia, hay que saber manejar. No quiere decir que acá manejan bien, pero saben cómo no chocar. 
 Cuando uno va a obtener la licencia de conducir, es decir, aprender a manejar, lo meten en el auto que tiene calcos y carteles visiblemente visibles y llamativos escritos “conductor bajo instrucción” y junto al instructor van por las calles de la ciudad. Primera vez que toman el volante y ya los largan entre las bestias. Así aprenden y así también manejan. 
 Caminar en la ciudad fue como probar un bocado de Buenos Aires. No tiene nada parecido, pero el recuerdo vino como inercia. Un poco por las características que la hacen ciudad, pero también porque habían muchos mzungus. No era la única de piel blanca, que algunos piensan que se debe a que no corre sangre por dentro. 
 Después de estar un mes bañándome con agua de pozo vertida en una palangana, meterme bajo la ducha de agua caliente fue como comer mi plato preferido preparado por mamá luego de pasar meses comiendo el menú semanal monótono (que todos sabíamos de memoria) en el comedor de la universidad en mis tiempos de internado. Qué delicia! De todas las bendiciones que Dios me regaló ese día, fue la mejor.  
 Viajando de vuelta al campo, el minibus en el que iba se estacionó a la orilla de la ruta. Lo único que había era un puesto donde arreglan bicicletas y algunos hombres. Unos se acercaron al vehículo con bidones y otros se metieron entre los maizales para traer más de los mismos envases que evidentemente estaban escondidos. Un hombre se acercó a la parte trasera del minibus con un embudo casero y empezó a llenar el tanque. Con gasolina. Gasolina robada de los camiones estacionados en la ruta. Era una “estación de servicio” clandestina. Cuando terminaron de llenar el tanque empezaron a hacer señas a otro “cliente” para que cargue combustible. 
 Durante los viajes misioneros vi muchas veces gente robando gasolina de los camiones que están a un lado de la ruta. Una vez vimos un monumento cerca del camino y el chofer nos contó que en ese lugar se había volcado un camión de gasolina y cuando la gente del pueblo se acercó para llevarse la gasolina “gratis” el camión explotó y murieron un montón de personas. Al final, el combustible gratis costó más caro que el de las estaciones de servicio. 
 La comida rápida más común para los kenianos son las papas fritas con repollo y zanahoria salteadas. Con o sin ketchup. Las hay para comer en el lugar o para llevar. Ese día que volvía de Nairobi, el minubus se llenó de olor a papas fritas, y mi estómago también.   

sabor a kenia - capítulo vii

 (Puse un poco de todo en la licuadora).
 Lo que voy a contar a continuación es mi mejor ejemplo de adaptación. Debo admitir que me da un poco de vergüenza; pero es bueno saber reírse de uno mismo. Durante 3 días estuve usando los baños típicos de acá, y me adapté tan bien que cuando volví a usar los baños “modernos”, un par de veces me olvidé de tirar de la cadena. Claro, me olvidé de desadaptarme. 
 El otro día viajé en un matatu que parecía que lo habían traído del desarmadero. No tenía nada sano. Roto, oxidado, arreglado, pegado, atado, o peor, ausente. Podría haber hundido mi dedo en en polvo acumulado sobre la superficie. No pude evitar pensar “En esto voy a viajar?”. Cuando cerré la puerta pensé que se iba a caer. Por las dudas, no me apoyé en ella. 
 Últimamente está lloviendo mucho, todos los días. Es época de lluvia. Las calles de tierra (en su mayoría) se vuelven muy cremosas y algunas, en mi opinión, son intransitables. Pero muchas veces es el único camino y no queda otra que seguir para adelante. En Argentina, cuando llueve, lo peor que le puede pasar a uno es empaparse de pies a cabeza. Ah, perdón, pisar una baldosa floja y salpicarse hasta la remera. Acá casi no hay baldosas, pero además de mojarse, uno se embarra y con muy mala suerte, pero infrecuente, se resbala y se cae. Cuando vuelva a Buenos Aires cómo voy a disfrutar caminar sobre las baldosas y el asfalto bajo la lluvia! 
 Al caminar no puedo quitar la vista del piso porque tengo que buscar dónde dar el próximo paso para no resbalarme y embarrar menos el calzado, o dónde pisar para quitar un poco el barro que parece una extensión de la suela. A veces no sé cómo llegar de vuelta al lugar porque no pude prestar atención por dónde iba, sólo en el piso. Encima, acá las casas no tienen numeración. Es como cuando uno se sabe de memoria cómo llegar a la casa de su mejor amigo, pero no sabe decir la dirección. Todo está al lado o en frente del tal, el portón celeste, la segunda puerta, o mejor, llamame cuando estés cerca que te busco. Lo bueno es que estoy sobreviviendo a todo esto. Es más, a veces, ya ni me importa si me embarro, total cuando vuelva a casa todo se lava y listo.
 Si no es para vivir en la ciudad donde, más o menos, relativamente los caminos son buenos, se necesitan calzados todo terreno (sean zapatillas, zapatos o sandalias) y, sin falta, botas para lluvia. Esencial. Y el zapatero también, o un pegamento fuerte para los pedazos de calzado que se van desprendiendo. 
 Acá, si no sos africano, sos blanco, sin importar si sos rosado, blanco, amarillo o verde o del color que seas. No saben diferenciar los colores que no son africanos. Una vez apareció en la tele una mujer rubia con lentes y me dijeron que ella se parecía a mí(!) (pero “(!)” otra vez!). No podía hacerles entender que ella era rubia y de otra raza. Para mí, sólo teníamos en común el pelo largo, los lentes y que no somos africanas (los lentes no cuentan como característica racial y la negativa no es sumatoria). Para ellos eran muchas similitudes, suficientes para ver lo parecido que éramos. Si me ven con una persona mzungu (blanca) preguntan si somos hermanos. Es como cuando los occidentales ven a todos los orientales iguales y viceversa. Dicen que todos (orientales y occidentales) nos parecemos. Bueno, somos hermanos en Cristo y todos descendientes de Adán, así que nos tenemos que parecer en algo no?
 Y para rematar, una vez me preguntaron “How old is your hair?”

sabor a kenia - capítulo vi

 El primer destino del siguiente viaje misionero fue Konyao (Pokot), una zona árida. En medio de la oscuridad bajamos altas montañas y recorrimos el deiserto. Conejos y murciélagos se cruzaron en el camino, además de los bichos de siempre. 
 Faltando 60 minutos para la medianoche llegamos al lugar. A la luz de la camioneta pudimos ver a un grupo de mujeres que cantaban y saltaban, agitando las ramas que tenían en sus manos, y así nos guiaron hasta la iglesia. No imaginé tener semejante bienvenida porque ya era tarde. Además, en el camino no vimos ninguna casa cerca y no sabíamos de cuán lejos habían venido. Luego de despedir a la gente, se armaron las carpas y fuimos al corto descanso.
 Por la mañana, aparecieron poco a poco los pacientes. Mirando a los cuatro vientos no veía otra cosa que árboles y arbustos espinosos. Viven bajo tierra? Dónde están las casas? Desde cuán lejos vienen? Esta gente pasa más tiempo caminando que durmiendo, así que al menos me ahorro palabras para decir que hagan ejercicio. 
 El prirmer paciente no hablaba inglés, pero sí kiswahili y más o menos nos entendimos. El siguiente no hablaba inglés y tampoco kiswahili. Uf! Pedí un traductor y vino el primero que atendí. El paciente hablaba en pokot y el asistente me traducía al kiswahili(!). Todo esto me resultaba muy gracioso. Por el escaso conocimiento que tengo, cuán lejos podría ir así? La verdad que no avancé mucho. Estaba atendiendo cuando vino uno de los que ya había visto diciéndome que no necesitaba la medicación que le prescribí porque no tenía malaria. Evidentemente, no le había entendido bien. Me di por vencida y cambiamos de puesto con un compañero africano que estaba entregando los medicamentos. Al menos, él habla kiswahili. 
 En el cielo de Kenia se ven otras estrellas. Ocupan más lugar los puntos brillantes que el fondo oscuro. Hay tantas que pareciera que junto al sol nocturno compiten para ver quién ilumina más.
 Por ser una zona desértica, durante el día hacía mucho calor. Por primera vez, desde que llegué a Kenia, tuve ganas de tomar una bebida bien fría o helado, y muchas frutas. El agua que habíamos comprado había que racionarlo para que dure hasta el úlitmo día. Pero debido la altas temperaturas, se agotó antes de tiempo. Cuando hay en abundancia, es fácil compartir; pero cuando no hay, sea por sobrevivir o por alguna otra razón, uno se vuelve egoísta. Supe que se iba a terminar el agua y estuve tomando poco. Cuando los demás se quedaron sin agua, yo tenía una botella llena. Pero qué debía hacer? No había suficiente para todos, pero tampoco podía ofrecerle a uno solo, qué iba a hacer con el resto? Tendrían que haber racionado mejor su agua así les alcanzaba hasta el final. Qué hice? Nada. Estuve cargando el peso de mi conciencia hasta que compramos agua nuevamente. Fue un alivio para la sed de aquellos y para la conciencia mía. 

sabor a kenia - capítulo v

 Uganda es más caluroso, más verde y más pobre que Kenia. Al ser más caluroso, hay más mosquitos. Por ser más verde, las vacas son más gordas y grandes. Muchos van a  estudiar a Uganda porque es más barato y el cambio les favorece.
 Abandonamos Kenia a través de un puente angosto y corto, como el que separa Argentina de Bolivia en Pocitos. Luego pasamos el río Nilo, el río más largo del mundo, según “El Laberinto” (juego de PC. Sí, fuente muy confiable). 
 Se habla de “el peatón primero”, supuestamente. En África es “el animal primero”. Vacas, cabras y ovejas tienen la prioridad al cruzar la calle. Habiendo tanto espacio alrededor, a veces se ponen a pelear en medio de la ruta, como para romper la monótona trayectoria de los peatones y motorizados.  
 Dicen que el arroz de Uganda es bueno; pero en el mercado se vende más el arroz egipcio porque es más barato. Se me vienen a la mente los productos “Made in China”. Un claro ejemplo son las rutas de África, derretidas, agrietadas, con pozos, muchas veces peores que los caminos de tierra. 
 En Uganda conocimos a Adam Ismael, un musulmán que, siguiendo los pasos del padre, se estaba preparando para ser un líder religioso. Buscando una universidad económicamente accesible, fue a parar a la Universidad Adventista de Bugema. Él no quería saber nada sobre el adventismo, sólo estudiar a bajo costo. Es más, su tío le dijo que “musulmanizara” a todos los adventistas de la universidad. Pero le predicaron a él y fue bautizado. Cuando la familia se enteró, dejó de pagar sus estudios y fue echado de la casa. Cuando un musulmán abandona la religión, es sentenciado a muerte. Pero Adam no le teme a la muerte, porque aceptó a Jesús como su Salvador y sabe que va a resucitar. El próximo cuatrimestre va a empezar a estudiar teología porque quiere predicar entre los musulmanes. Nos pidió que oráramos por él para que Dios lo mantenga vivo para poder cumplir su sueño. 
 Hicimos 5 días seguidos de atención médica en diferentes pueblos alrededor de la universidad. Iglesias, al aire libre, las calles (porque a veces no hay vereda) fueron nuestros dispensarios. Estaba contenta porque había aprendido palabras básicas en kiswahili para poder atender a los pacientes; pero mi castillo de arena se derrumbó en un pestañear al enterarme que sólo hablaban luganda. Gracias que unos pocos sabían inglés. 
 El sábado fuimos a una iglesia rural. Estaba sentada en primer fila y durante el sermón se me acercó un niño de 3 años tal vez. Lo senté sobre la falda y hojeamos la Biblia. Él hablaba su idioma y yo le contestaba asintiendo la cabeza, el único idioma que compartíamos. El pequeño se bajó, vio mi pelo suelto y empezó a tocarlo delicadamente. Sus ojos brillaban y su rostro se iluminó. Dejó sus huellas digitales en mis lentes también. A la tarde, me senté a hablar con un amigo fuera de la iglesia, y se me acercaron todos los pequeños. Le di la mano a todos, y uno de ellos quedó magnetizado con mi reloj y no me soltaba. Quería arrancarlo de mi muñeca, pero como no podía, miraba, y otra vez hacía el intento de quitármelo, por si acaso. Su mirada parecía haberse perdido con los segundos y los minutos. Cuando se dio por vencido, descubrió mi pelo y brutalmente agarró un mechón y empezó a tironear. Creía, quizás, que tironeando podía arrancar cualquier cosa. Como mi amigo se reía a carcajadas, y yo no podía evitarlo tampoco, el nene hacía lo mismo. Parecía divertirse más que nadie. Después intentó otra vez con el reloj, por si yo había bajado mis defensas. 
 Una semana y 3 días pasaron en avión, y al volver a Kenia, me sentí como en casa. Fue raro, porque sólo estuve 2 semanas en Kenia, pero ya me hice un lugar acá. Desde el primer momento que llegué dormí, comí, y casi me bañé como la gente de acá. Dormir fue casi lo mismo, la única diferencia fue el mosquitero que colgaba como una carpa sobre la cama. La comida es buena, es la misma materia prima pero procesada de diferente forma, nada que no se pueda comer. Y el baño, bueno, los más grandes dicen que es Corea hace 50 años atrás. No sólo eso, casi todo lo demás. Aunque los humanos somos seres adaptables al medio, y bien lo hago, no puedo negar que fue una alegría volver a bañarme en la ducha y sentarme en el inodoro otra vez. 
 Llegamos a Nairobi, nuestro punto de partida de hace 3 semanas atrás, luego de 14 horas de viaje sobre rutas que se pueden llamar rutas y otras, algo como postguerra. Acá terminan los 3.000 km y mi primer viaje misionero. Todos los días agradecí a Dios por haberme dado la oportunidad de trabajar para él. Fue... lo mejor que hice en mi vida, trabajar para Dios sirviendo a los demás.

sabor a kenia - capítulo iv

 14 horas fueron de vuelo desde Buenos Aires hasta Nairobi. Esa buena costumbre de poder dormir en cualquier transporte no sé dónde la dejé, porque dormí pésimo en el avión. Una vez me quedé dormida parada en el colectivo y se me aflojaron las rodillas. Creo que nadie se percató porque el colectivo iba lleno y cada uno sumergido en su mundo.
 El avión llegó tarde al aeropuerto de Buenos Aires, y salió con 1 hora de retraso. No hay de qué preocuparse!, dije, hasta que llegamos a Johannesburgo y me acordé, gracias al piloto que cuando aterrizamos mencionó algo del tema, que eran sólo 2 horas de espera en Sudáfrica, encima se atrasó el vuelo y ahora hasta que logre salir del avión me quedaba como media hora no más para la partida del próximo avión! 
 Disimuladamente me puse nerviosa y empecé a caminar rápido (como si nunca lo hiciera). Pero... qué grande que es el aeropuerto! y largo! o habrá sido tan sólo producto de mi desesperación? “Gate 19” no aparecía más! Me sentía como en los estacionamientos grandes de varios pisos que aparece el cartel “salida” con una flecha para que la sigas y apareza el MISMO cartel REPETIDO, y OTRA VEZ, y SUCESIVAMENTE. 
 Cuando llegué, todavía la “Gate 19” estaba cerrada y tuve tiempo de probar el asiento del aeropuerto de Johannesburgo.  Ahora que lo pienso, si no hubiese escuchado al piloto, en mi ignorancia, llegaba bien igual. Algo así pasa entre Dios y nosotros. Si oramos para que algo salga bien y así resulta, damos gracias a Dios. Pero si no oramos y obtenemos el mismo resultado, pensamos que fue un logro nuestro. El resultado es el mismo, la diferencia es la actitud, que si reconocemos que fue de Dios, damos gloria a Dios y aprendemos a confiar más en él. Así es cómo Dios me cuidó desde el principio y me llenó de bendiciones hasta ahora. 
 En fin, llegué a tiempo a Nairobi, el trámite de la visa fue más fácil que ir a pagar una boleta a pago fácil, no me detuvieron para revisar las valijas y ya me estaban esperando afuera. Salir a respirar aire keniano fue más rápido que hacer el trasbordo en Johannesburgo. 
 Al día siguiente arrancamos el motor de la camioneta para recorrer 3.000 km durante 25 días. 
 Llegamos tarde a nuestro primer destino (Kaprot, un pueblo en las profundidades de las montañas al este de Kenia) debido a los caminos que parecen imposibles de transitar y a la lluvia torrencial. Una combinación muy embarrada. Nos atrasamos un día. La camioneta se sacudía de un lado para el otro y nosotros también, como en el samba. Aceleró la digestión, y a pesar del buen desayuno, me dio hambre antes de tiempo.
 Cuando el sol estaba en su clímax, arribamos a la iglesia, donde el pastor tenía que predicar. Lo que vi en ese momento me tocó el corazón, mucho. 
 Toda la gente de la iglesia nos recibió en el camino con mucha alegría, y empezó a marchar danzando y cantando adelante nuestro para guiarnos hasta la iglesia. Y los niños corrían a la par de la camioneta para poder ver quiénes eran los extraños que esperaron esa mañana. 
 Nos halagaron tanto con semejante bienvenida que me hizo sentir mal. Ellos, nosotros, somos todos seres humanos, somos iguales! pero nos trataron como si fuésemos superiores. Lo que más me hizo sentir culpa fue que yo no estaba a la altura de sus expectativas. Tenía tanto camino por delante! 
 Entramos todos a la iglesia. Nunca vi una iglesia tan llena! Eran más de 1.000 personas. Los niños se sentaron en el suelo, sobre la tierra colorada, como la de Misiones. Toda esa muchedumbre nos estaba esperando! Me sentí más culpable. 
 El pastor dio una corta predicación... pero él hablaba en coreano, otro traducía al inglés y otro al kiswahili. Así que había que multipiclar el tiempo x 3. Después de esto, la gente no se fue a almorzar. Se fueron todos al río para el bautismo. El Río de la Plata es marrón, pero el agua de Kenia le pasa el trapo. Es color chocolate con dulce de leche, tipo clásico. En esas aguas se bautizaron 23 personas. 
 Kaprot fue el lugar donde vimos más de 1.000 pacientes. Ahí fue donde probé comida africana, donde aprendí las primeras palabras swahilis, y donde vi por primera vez África en crudo. 

Monday, October 4, 2010

sabor a kenia - capítulo iii



 La comida... sobre este tema, se puede hacer un libro aparte!
 Lo que más abunda en estas tierras rojizas es el maíz. Plantaciones de maíz se ven por doquier. Se cocina a la parrilla y al vapor, se usan los granos en guizos de porotos (githeri), con la harina hacen pan (ugali), etc. 
 Así como hay plantaciones de maíz, también las hay de caña de azúcar. En la ruta siempre se ven camiones llenos de cañas. Cuando esos camiones paran, la gente se acerca y saca un par como si nada (no es visto como un robo) y las va comiendo. Arranca la corteza con los dientes y mastica el parénquima (?). Todo se va desechando en el camino y hace que las orillas de las rutas se vean blancas. Es la golosina para niños y adultos, sin distinción de edad ni sexo. 
 Antes de comer, traen un bidón con agua y una palangada, para lavarse las manos. Ellos comen con la mano, pero cuando vamos nosotros, ponen cubiertos en la mesa (cuchara o tenedor)


 Se come mucha papa, repollo, porotos, y el tomate se usa en todos los platos. Hacen una tortilla de harina, sal y aceite (chapati) que me gusta mucho. Hay unos vegetales de hoja verde que no sé cómo se llama. Hay mandioca, batata. Comen mucho pollo y carne; pero hay tribus que son vegetarianos. El arroz es para ocasiones especiales. Siempre ponen un plato de huevo duro y otro de maní en la mesa. Si llega una visita y no es la hora de comer, colocan un plato de maní. Todos los días comen lo mismo. 
 Todo se cocina con brasas, salvo en las casas modernas. A la hora del almuerzo o de la cena, se ven columnas de humo que suben de las casas y se siente el aroma de la madera quemándose. 
 Los de acá dicen que si uno probó todos los platos que mencioné, ya es keniano. Después de pasar mi primer semana acá, ya me hice keniana. 
 Bananos y papayas las hay por todos lados. La banana se come como fruta y también como plato salado (matoke). mangos y paltas (abogado/aguacate) se pueden tomar de cualquier árbol, sea de mi jardín o la del vecino o del desconocido. Acá lo mío es tuyo y de otro, y lo tuyo es mío y de otro. El que encuentra primero es el dueño. 
 Pensé que en los viajes misioneros iba a estar tan ocupada que no íbamos a tener tiempo para comer bien, pero la gente local siempre nos brindó comida abundante y fue una de las pocas cosas que nunca faltó.
 También probé comida de Uganda (no muy diferente de la de Kenia), Filipinas (en África hay filipinos en todos lados!) y Etiopía. Fue una sorpresa ver kimchi (comida coreana) en una mesa africana! y estaba rico! 
 Comida coreana siempre como porque estoy parando en la casa de una familia coreana, pero igual hay cosas que acá no se consiguen y quiero comer (como el kimbap que hacía en casa). Y cómo extraño la pasta! y la pizza! Cuando estaba en Uganda, nos dijeron que iban a servir pasta y me puse re contenta, pero sólo duraron segundos, porque los demás pidieron cambiar el menú. Qué desilusión!
 Hablando de pasta... el inglés africano es... es raro. Me costó un poco al principio. Parecía una computadora vieja que procesa lentamente, entendía todo tarde, si es que captaba algo. Acá, “pastor” lo pronuncian “pasta”. Y lo que sería pasta para el resto del mundo, acá le dicen “spaghetti”. 
 Toman mucha leche los kenianos, desde que les empiezan a salir los dientes hasta que se les caigan todos. Y también comen mucha manteca. El desayuno es el típico de argentina: pan con manteca y té o café o chocolatada. Acá se venden tarros de manteca (o margarina?) de 1 kg! Cuando le digo a los pacientes con gastritis o úlcera y a los hipertensivos que no coman manteca o margarina ponen una cara de asombro! no puedo no reírme...
 Tanto a niños como a adultos les gustan los caramelos, por eso siempre llevamos bolsas de caramelos para repartir. Una vez, le dimos uno a un niñito, y éste le sacó el envoltorio y, en vez de comer el caramelo, llevó el envoltorio a la boca. Le mostré que hay que comerse el caramelo, no el papel. Cuando saboreó el caramelo con la punta de la lengua, la dulzura le pintó una sonrisa en la carita. 


Sunday, October 3, 2010

sabor a kenia - capítulo ii

 La diferencia entre ciudad y campo es abismal. Hay lugares tan pobres que no hay agua corriente, la mayoría no tiene luz, todos cocinan con brasas, viven en chozas pequeñas con paredes de ramas cubiertas con barro. Los baños son cubículos con un agujerito en el piso donde hay que embocar porque no son muy grandes y es bastante profundo porque no salpica. En unos pocos días uno aprende a usar esos baños. Y.. necesidades son necesidades!
 Si se enferman no tienen cómo llegar al hospital, y si llegan no tienen dinero para atenderse, y si se llegan a atender, no tiene con qué comprar los medicamentos. Como no es fácil el acceso al agua casi ni toman. Los privilegiados de tener un pozo “cerca” caminan varios kilómetros y horas para conseguir agua. Muchos toman agua de río, agua marrón. Esa agua se toma, con eso se bañan, cocinan, lavan la ropa. Y porque Dios es misericordioso, les dio tierras tan fértiles que no necesitan usar fertilizantes. Y los paisajes son hermosos! hay muchas riquezas a la vista, pero la gente no tiene dinero. 


 Por otro lado, las ciudades principales son un contraste a lo anterior! Después de recorrer zonas rurales, uno entra a la ciudad y es inevitable preguntarse si sigue estando en el mismo país. “Esto es áfrica?”. Edificios modernos, todos bien vestidos impecables. Los autos son más lindos que los que ruedan en la ciudad de donde vengo. Volante a la derecha, mantenerse siempre a la izquierda (el día que llegué me subí al auto y me pareció muy raro ver el volante a la derecha y me asusté cuando el auto salió del aeropuerto y tomó el carril izquierdo. Novata..). Hay un montón de vehículos y todavía no puedo entender cómo no hay ningún accidente con tantos autos y ningún semáforo! Hacen maniobras que si manejaran así en Buenos Aires, la gente diría palabras no tan agradables al que maneja y a sus parientes, incluyendo a los que nunca existieron. y por qué no un accidente. 
 Los matatus, minibuses, transporte más común en África, cambian sus pastillas de freno cada 2 semanas. Así se maneja y así de malas son las condiciones de las rutas y calles. 
 Las bicicletas y las motos son taxis. También son mini camiones de carga. Una vez vi una moto que llevaba un sofá con 2 sillones acoplados. 
 La gente puede no tener calzado, comida o dónde caer dormido, pero todos tienen celular. Si digo que no tengo, porque no tengo de verdad, la gente piensa que es porque no quiero dar mi número.